sábado, 24 de mayo de 2014

Fue hace cuatro veranos, cuando yo todavía no sabía nadar, parece vergonzoso, lo sé, porque hoy en día los niños aprenden a nadar en una media de 7 años, pero no había tenido tiempo ni alguien que me ayudase a aprender. Ahora que recuerdo todo lo que pasó me arrepiento de no haber aprendido en su momento. Fueron los peores diez segundos de mi vida, pero ya ha pasado todo y es una experiencia más que nunca podré olvidar.
En ese momento yo tenía 13 años y estaba de vacaciones con toda mi familia en Cádiz. Íbamos siempre a la playa y allí mis primos pequeños y yo nos bañábamos con total libertad, aunque nuestros padres estuviesen vigilándonos todo el tiempo. Digo con total libertad porque la playa siempre se encontraba relajada y nosotros solo andábamos hasta donde podíamos poner el pie firme.
Resulta que un día, desgraciadamente el tiempo hizo que nos volviésemos al bloque de pisos y nos bañásemos en la inmensa piscina que carecía de otra más pequeña. Aunque solo hubiese una, todos los niños jugábamos en ella al cuidado de los mayores y los odiosos manguitos, los veía demasiados infantiles y me daba mucha vergüenza ponérmelos. Eran las cinco y media y había mucha gente en el recinto aparte de toda mi familia que éramos 8 personas: mi madre, mis tíos, mis tres primos, mi hermana y yo.
Mis primos tenían 7, 12 y 4 años respectivamente y ninguno de ellos sabía nadar. Movíamos las piernas como una especie de rana para poder aguantar un mínimo de dos minutos sin estar cogidos del bordillo. 
Recuerdo los gritos como si los estuviera escuchando ahora mismo y todavía al imaginarlo no puedo evitar emocionarme y que mi bello se erice como cuando tenemos frío.
Resulta que al más pequeño parece que le gustaba demasiado el agua porque dos horas después, cuando ya todos habíamos salido de la piscina y habíamos merendado palmeras de chocolate, el pequeño se escapó por un momento. La situación fue así:
Nos encontrábamos la mayoría de mi familia, sin contar los que estaban echando la siesta, jugando a las cartas y mi primo estaba al lado de su madre robándonos a veces algunas de ellas para así reñirle de broma y hacerle reír.
Solo la única que persona que se dio cuenta de que el niño había desaparecido y se encontraba en la superficie de la piscina y boca abajo era yo.
Justo cuando yo había perdido segundos antes, mi primo se encontraba rondando la piscina y fue cuando cayó. Una simple toalla le dio la vida, porque iba a recogerla para meterla en el piso.
Mi cara al ver a mi primo en el agua fue de asombro, no me creía lo que estaba viendo y lo primero que se me pasó por la cabeza fue tirarme a la piscina llorando y gritando: ¡Tita, el niño se ha ahogado! Parecía que mis palabras eran las de Pedro cuando decía que venía el lobo porque bastantes segundos después vieron que yo estaba sumergido con el cuerpo de mi primo encima del mío.
Después del desmayo de mi tía y de la rápida salida del pequeño, yo me encontraba sentado con él en mis brazos. Ahora, él viene todos los días a mi casa para ver lo que hago y pintar dibujos conmigo. Desde ese momento te das cuenta que hay segundos que pueden cambiar tu vida o no.

Adrián Manjón Martínez. 1 Bachiller B

No hay comentarios:

Publicar un comentario