sábado, 24 de mayo de 2014

Todavía recuerdo aquellas vacaciones, en las que mi familia y yo pasamos siete días en la playa de Álmuñecar. Todo indicaba que nos lo íbamos a pasar en grande; siete días en un maravilloso hotel con amplias ventanas que mostraban la grandeza del mar, ese hotel tenía camareros muy simpáticos, música muy agradable y todo rodeado de la familia. 
Pero todo dio un giro de 180º. Cuando llegamos a Álmuñecar, dejamos las enormes maletas y nos fuimos directamente a la playa, llena de enormes piedras que transmitía una gran paz y tranquilidad, y que tan buenos recuerdos nos traía. Tras cinco minutos andando bajo el sol abrasador llegamos y disfrutamos de la playa, el sol, la arena y la compañía de la gente.
Yo observaba fascinada cómo todo el mundo disfrutaba de la vida, riéndose, charlando y jugando a diversos juegos, me encantaba mirar cómo jugaban con las palas de playa, me llamaba muchísimo la atención, ver los diferentes y llamativos colores de las pelotas de ese juego. Entre esos colores iba observando cómo todos estaban concentrados en el juego y no apreciaban que una niña de tan solo cinco años los observara con tanta admiración. Entre tanto me distancié de mi familia guiándome por esos llamativos colores que parecían tener vida, anduve y anduve, y cuando quise darme cuenta me había perdido, no encontraba a mi madre y estaba rodeada de gente desconocida,. Empecé a llorar  y una joven mujer con cabello dorado me miró, y me preguntó que dónde estaba mi madre, y yo le dije que no lo sabía. En ese mismo momento oí los gritos desesperados de mi madre y me dirigí corriendo hacia ella. Todavía recuerdo aquel momento, en el que mi madre no paraba de llorar y me regañaba a la vez, nunca olvidaré aquellas vacaciones.

María José Fernández Pérez 1º Bachillerato B

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