Por suerte, nos encontramos en una congregación de globos aerostáticos cuya salida aceleramos para estar a salvo.
Solo unos pocos consiguen despegar.
La humanidad está en peligro y el aire caliente eleva a los únicos supervivientes.
Ya en pleno vuelo, los globos se dispersan y buscan espacios de tierra para aterrizar.
Nosotros nos encontramos en uno de los más grandes, sobrevolando el océano Atlántico.
Somos un grupo de personas muy variado, donde hay desde sacerdotes y periodistas, hasta abogadas, maestras y enfermeros, pasando por científicos y asesoras políticas.
Después de unas horas, el globo comienza a perder aire, pero vemos una isla donde bajar.
El mar está repleto de tiburones hambrientos y la única forma de que el globo llegue a la isla es tirar a uno de los ocupantes.
Ha llegado el momento de hacer un alegato para defender nuestras vidas.