Hablando en tono general, los personajes de carácter femenino de las Leyendas de Bécquer tienen como rasgo principal su hermosura. Se presentan al lector como unos seres de belleza sobrenatural, que habitan en lugares misteriosos y sombríos y que terminan provocando el sufrimiento del hombre por su crueldad y capricho, también como las causantes por un motivo u otro de la desgracia de este.
EL MONTE DE LAS ÁNIMAS
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte acaso.
-¡En el Monte de las ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las ánimas!
-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Alonso movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
Beatriz se presenta como la bellisíma prima de Alonso, quien tanto le teme a la noche de los difuntos en el Monte de las Ánimas. Alonso quiere a su prima y esta, de forma indirecta lo empuja a embarcarse en la oscuridad y peligro de la noche en busca de algo imporante para él que ella había perdido allí previamente.
MAESE PÉREZ. EL ORGANISTA
En esta leyenda únicamente destacamos la presencia de la hija del organista, en este caso no nos referimos a una persona egoísta o cruel, sino a una chica miedosa y dulce que tras la dura muerte de su padre ingresa en un convento
Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba en efecto en la iglesia, conducido en un sillón, que todos se disputaban el honor de llevar en sus hombros.
Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había sido bastante a detenerle en el lecho.
¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? —se decían unos a otros, y nadie sabía responder, y todos se empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión, y el alboroto comenzaba a subir de punto, amenazando turbar el orden y el recogimiento propios de la iglesia.
—¿Qué ha sido eso? —preguntaban las damas al asistente, que precedido de los ministriles, fue uno de los primeros a subir a la tribuna, y que, pálido y con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto en donde le esperaba el arzobispo, ansioso, como todos, por saber la causa de aquel desorden.
—¿Qué hay?
—Que maese Pérez acaba de morir.
En efecto, cuando los primeros fieles, después de atropellarse por la escalera, llegaron a la tribuna, vieron al pobre organista caído de boca sobre las teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba sordamente, mientras su hija, arrodillada a sus pies, le llamaba en vano entre suspiros y sollozos.
RAYO DE LUNA
En esta leyenda los personajes femeninos destacados son dos: la madre de Manrique y la mujer de la que Manrique se enamora. La madre de Manrique no aparece mucho.
Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la mujer que ya amaba como un loco.
Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas.
-¡La gloria!...La gloria es un rayo de luna-.
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