sábado, 24 de mayo de 2014

El polvo


Aún recuerdo la tarde del día 3 de Julio de 2010. Era una tarde calurosa, como cualquier otra tarde de Julio, esas tardes en las que el Sol pega en la nuca hasta las 22:00 h. Me disponía a dar un paseo en una de mis tantas yeguas cuando en el horizonte se vio que se alzaba una gran nube de polvo que se iba comiendo uno a uno los amarillentos campos de cebada. Ver aquel panorama me sorprendió, puesto que esa clase de fenómenos atmosféricos no  son habituales en mi pueblo.

Al llegar a mis cuadras, ya despreocupado por esa extraña nube de polvo de origen desconocido me percaté de que esta había desaparecido allá en el horizonte. Entonces al pensar de nuevo en ese fenómeno ensillé a mi yegua llamada Castañuela, la más fiel y noble de los corceles de este planeta. Monté en el caballo y me dispuse a ir a investigar el origen de la extraña nube. Tras tres largas horas montado en el corcel vi en un ladero próximo una gran luz, en ese momento una gran alegría sentí en el corazón porque sabía que estaba cerca de encontrar el origen del fenómeno puesto que allí acababa el rastro. Entre al galope en un segundo, y bajo el tenue brillo de las pocas estrellas que se veían en la noche iba esquivando terrones de tierra y piedras. Me acuerdo de que al poco de alcanzar la luz se escuchó un ruido como de un motor de cosechadora, pero era imposible que hubiera alguna por esa zona a las 23:30 de la noche, así que seguí acercándome, esta vez más lentamente. Y de repente la luz y el ruido cesaron y se levantó de nuevo esa gran nube de polvo que nos dejó a mi yegua Castañuela y a mi atrapados en el centro. Intentamos salir de ella pero era imposible, cuanto más lo intentábamos más fuerte corría el viento y más arena levantaba. Nos quedamos parados diez segundos con las manos echadas a la nariz, boca y ojos para impedir la entrada de polvo, y en ese intervalo de tiempo vimos una pequeña gruta de tierra entre la montaña. Entramos en ella a duras  penas y la yegua y yo nos acurrucamos el uno al otro para descansar y esperar que terminara la tormenta de arena.
Me desperté de un salto al notar en la cara el lametón de la lengua de Castañuela, de despejé y miré al exterior, con la fortuna de que la nube había desaparecido. Salí fuera de esa angosta gruta, miré alrededor y todo estaba tal y como el día anterior. Era una preciosa mañana de Verano, Guadahortuna podía verse a lo lejos, bueno, del pueblo solo se veía la punta de la iglesia y la del silo. Cogí al caballo lo monté y me dispuse a volver, puesto que mis padres deberían haber estado toda la noche tirándose de los pelos preguntándose qué donde estaría su primogénito. 
Camino al pueblo no volví a ver la nube por ningún lado, con la cabeza abajo y decepcionado por no haber podido descubrir el origen de la tormenta. Cuatro horas más tarde llegué a la cuadra, encerré a mi compañera de viaje y caminé hasta mi casa pensando en la reprimenda que me echarían mis padres.
Años después todavía me sigo preguntando por esa extraña nube que me tuvo entretenido durante casi un día completo y me gustaría en un futuro volver a repetir esa aventura, ya que sé que eso para mí no fue solo un fenómeno atmosférico.
Reyes Jiménez

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