sábado, 24 de mayo de 2014

Sentimiento al recuerdo

Época de Cuaresma, viviendo el septenario de la Semana Grande. El canto alegre de las golondrinas anuncia otro día con una lucidez diferente a la del resto del año. El azul intenso de la tarde es adornado con tímidas nubes que dejan caer la tarde sombría y fría mientras en un hogar, una fragancia suave y grata al paladar, inunda las escaleras, hasta llegar a mí, hasta mi intuición de que ella, está comenzado a preparar algo inusual al resto del año, pero que en esta fecha, coge sentido, congénito confite que invita a probar, con el sobrenombre de manjar.


Recuerdo cuando aquellas mañanas era levantado con la más agradable acaricia y beso con ternura que una madre puede desprender mientras yo, rebosante de júbilo, me despertaba perezosamente y sonreía, mientras me anotaba en una hoja cada uno de los ingredientes necesarios para una elaboración sin igual. Yo, iba a cualquier lugar a por cada ingrediente: harina, levadura huevos... Todo lo necesario para adentrarte en un mundo de dulzura.

Llegada ya la tarde, tras el almuerzo, nos poníamos manos a la obra con la elaboración. Como si de una tierna abuela se tratase, echábamos todo nuestro cariño en el recipiente como si fuese otro ingrediente. Como si de dos maestros pasteleros se tratase, poníamos nuestro empeño en aquello, que con una simpleza, mi madre elaboraba aquellos dulces, mientras yo, con la mirada fija en las manos de mi madre, veía cómo confeccionaba una masa escurridiza y temblorosa.

Y para no mentir, mi mejor momento, y de muchos, que si mientras has estado leyendo este fragmento has sentido o añorado recuerdos con algún familiar mientras hacías lo mismo, era ese momento en el que debías de probar un pedacito de confite. Lo cogías con tus dos manos llenas de masa, sentías el calor del reciente aceite, intentabas partirlo por la mitad y de ahí, lo llevabas hasta tu boca deseosa de probarlo; dabas ese mordisco tan deseado, cerrabas los ojos y sentías cómo te adentrabas en un mundo al que pocas personas, echándole imaginación y corazón, flotabas en una nube de placer. Más tarde, abrías los ojos, mirabas a tu madre y sonreías mientras tu madre dudosa pero confiada en tu respuesta te hacía la típica pregunta de "¿Qué tal están?", y tú tan decidido decías, "¿Cómo crees tú?".

Ya de noche, tras una tarde aprovechada haciendo algo con gusto, con una madre inagotable, sacando fuerzas de donde solo Dios sabe donde las encuentra, ahí está ella. Y aún con ganas de vivir momentos bonitos con la familia. Estos son los momentos y vivencias que uno no puede dejar en el olvido, siempre los tiene que tener en la memoria y recordándolos todos los años para revivirlos y disfrutar todos los años al igual.

Jose Miguel García Raya - 1º Bach. A

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